domingo, 31 de mayo de 2020

QUE TRISTE MORIRSE EN TIEMPOS DE LA PANDEMIA

Por: Oscar Fajardo Gil, Cronista de la Ciudad de Amatitlán.

Morirse en tiempos del Covid-19, al fin y al cabo, para quien muere es lo mismo que en cualquier otra época. Pero para la familia y las amistades cercanas es doblemente triste y doloroso. Las costumbres se hicieron pedazos. Todo se hace de lejos y a la carrera, sin tiempos para despedidas. Sin velorios, por lo menos no como los que se hacían hasta hace pocos meses. Sin velas y sin flores o muy pocas, una que otra corona si es que da tiempo.



El último adiós se da a la distancia. Los protocolos de seguridad no permiten la cercanía. El pésame hay que darlo sin abrazos ni besos. Sin mayores muestras de cariño ni amistad. Si la causa de defunción es la pandemia, los deudos no tienen oportunidad de ver por última vez el rostro de sus seres queridos. El cuerpo es entregado en una bolsa biodegradable o en todo caso en una caja sellada, de madera o de metal, para reducir el riesgo de contagio.

Hasta hace poco, la familia y, a veces algunos vecinos o amistades cercanas, se hacían cargo de vestir y preparar los cuerpos después de recibirlos de las funerarias. Todo se hacía en la casa familiar, donde también se realizaban las exequias, es decir, las ceremonias religiosas para despedir al fallecido, incluyendo el rezo del rosario o el inicio de respectivo novenario. Todo esto podía tomar uno o dos días completos, más si era necesario.

El "Quédate en Casa" y la recomendación de no recibir visitas, termina con la buena intención de compartir algunos momentos con la familia para expresar las condolencias, compartir recuerdos y exaltar las bondades y virtudes quien ha fallecido. Especialmente se nota la ausencia de los adultos mayores, de 60 o más años de edad.

Las disposiciones de las autoridades de gobierno cancelaron las actividades públicas en las iglesias, por lo que tampoco es posible oficiar misas de cuerpo presente o el correspondiente servicio evangélico. Situación que puede “incrementar la pena” de los familiares al parecer que no cumplen con la tradición.

Lo peor es el último momento, el traslado al cementerio o camposanto solo está autorizado para diez personas y la inhumación debe realizarse en veinte minutos o menos. No hay tiempo de reseñas ni discursos ni últimas palabras. 

Las medidas de confinamiento y la prohibición de congregaciones dificulta la realización de los ritos mortuorios tradicionales, en algunos pocos casos se intenta suplirlos a través de plataformas digitales diseñadas por las empresas funerarias.

Que triste. Esos últimos instantes de permanencia en este mundo, han dejado de ser lo que antes fueron. Una muestra más para asegurar que, después del coronavirus, nada volverá a ser igual que antes.

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