jueves, 5 de septiembre de 2013

EL CERRO DE CORADO - AMATITLÁN

Para finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Juan de Dios Gil Corado había desempeñado varios cargos en diferentes corporaciones municipales de la Ciudad de Amatitlán. La familia Corado era propietaria de amplios terrenos en un pequeño cerro hacia el poniente, más o menos 400 metros desde el puente de La Gloria siguiendo la corriente del río Michatoya de norte a sur. Sus límites eran la línea del ferrocarril, el camino a aldea Llano de Ánimas y un barranco de por medio con el cerro de La Mariposa. Por costumbre, la gente decía que era el cerro “de Corado”.[1]

Don José María Godoy y su esposa doña Nela Corado de Godoy también tenían la “tercena” de tabaco en la 2ª avenida y 8ª calle del barrio San Antonio a donde entregaban sus cosechas los pequeños productores y en donde cada fin de semana se veían grupos de peones de campo que llegaban a que les pagaran lo que les correspondía por sus entregas de tabaco o por los trabajos realizados. Don Chema y doña Nela fueron los padres de doña Marta Godoy Corado, quien se convertiría en la esposa del profesor Oscar Archila.

En las proximidades del río Michatoya estaban los terrenos de don David y doña Lola Fernández, sitios plantados por cafetales y árboles que prodigaban sombra, sin faltar matas de banano y plátano.

El Cerro de Corado

“Para ir al Cerro de Corado, desde la carretera que pasaba por el puente de La Gloria con rumbo a El Salitre, uno se podía ir por el Callejón de las Escobas para ir a salir al amate a la par de la línea del ferrocarril. Esa era la entrada natural al cerro. En el callejón de las escobas espantaban, decía la gente de antes que salía “la Llorona” y otros espíritus”.[2]


Allá por 1940 y 1950, en el cerro “de Corado” había potreros en los cuales abundaban el buen zacate y otros forrajes, por lo que resultaba un buen lugar para ir a pastorear vacas, chivos y caballos. Para la patojada de entonces era un lugar de paseo, aventura y travesura. Se iba en busca de varitas de coyote para elaborar barriletes en la temporada de vientos, o con una honda de hule canche para bodoquear lagartijas, conejos, tortolitas y otros pájaros, o a cosechar jocotes, paternas, limas, y naranjas de terrenos ajenos, o elotes de alguna milpa que no estuviera muy vigilada. Había barro de varios colores: colorado, amarillo y negro, que era muy solicitado para hacer manualidades en la escuela. Y en época de fin de año, también era un buen lugar para conseguir “chiriviscos” que se convertirían en arbolitos o adornos navideños.

No faltaban los más grandecitos, mañosos dirían las abuelitas, que aprovechaban algunos puntos al pie de algún pequeño árbol o entre el monte más alto para hacer sus “echaderitos” o nidos en los que podían intercambiar besos, caricias y fluidos con alguna damisela durante algún apasionado viaje de enamorados. “Y la hierba se movía, se movía, se movía…”

En su libro “Amatitlán 432” publicado en marzo de 1981, el profesor Efraín Alfredo Guzmán Monasterio hace mención, entre las 24 colonias que por ese entonces existían en Amatitlán, de la Colonia El Barro a inmediaciones del Cerro Corado. Pero no hay referencia como tal a Colonia Cerro Corado. Por lo que se puede considerar que como asentamiento poblacional data de una fecha posterior.

Después del terremoto del 4 de febrero de 1976 se establecen nuevas Colonias en Amatitlán, entre ellas: Santa Marta, Villas del Río y Lomas del Capitán en terrenos del o aledaños al Cerro Corado.

“Las explosiones y los destellos rebotaban entre los cajones cámbricos del Filón, el cerro de Corado, el volcán de Pacaya, el cerro de La Mina y el volcán Hunapú, más conocido como de Agua; era la procesión que se acercaba”.[3]



[1] Fajardo Gil, Óscar. Con nombre propio. Amatitlán, Guatemala, 2013
[2] Prado Pérez, Gonzalo. Director Escuela Cerro Corado. Entrevista 4 septiembre 2013.
[3] Galich Mazariegos, Franz. En este mundo matraca. ADESCA, Guatemala, 2004.

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