Por: Oscar Fajardo Gil, Cronista de la Ciudad de Amatitlán[1]
Alla por la década de 1970, cuando quien escribe estas líneas tenía entre 5 y 10 años de edad, en Amatitlán y la mayoría de poblaciones de Guatemala, había un oficio diario que poco a poco se ha ido quedando en el olvido: el repartidor de leche o "lechero", trabajo que solía ser pausado, delicado y sacrificado, sin mencionar que no era tan bien remunerado como algunos creían. Un oficio generalmente desempeñado por hombres, que generalmente en bicicleta llevaban sus recipientes en los cuales iban repartiendo la leche de casa en casa, recorriendo calles, avenidas y barrios. Se anunciaban con un timbre, un cencerro, una bocina o el tradicional grito de "¡la lecheeee!".
En
numerosos casos no solo realizaban la venta al por menor o distribución, medio
litro cuando menos y uno o más litros en la mayoría de casos; sino que
ordeñaban sus propias vacas, 2, 5 o 10 ejemplares en pequeños corrales próximos
a sus humildes residencias. El ordeño era tarea que se hacía antes de despuntar
el día, para después depositar la leche en los garrafones o cilindros con
capacidad para 10, 20 o 50 litros, y salir a repartirla a pie o bien en
bicicleta. Generalmente en las tiendas no se vendía leche, por lo que era
considerablemente importante la labor de los repartidores de leche.
Las amas de casa salían a la puerta de sus hogares a recibir la leche en un recipiente especialmente destinado con ese propósito, que por eso precisamente era conocido como "el lechero", que no se usaba para otro contenido.
Las vacas producen leche todos los días, por lo que no hay descanso ni fines de semana ni fiestas de guardar. Los días de invierno hacía aún más penoso este tradicional oficio. Se trabajaba de lunes a domingo durante todo el año, un trabajo duro que continuó durante muchos años. Cada lechero tenía su ruta y sus clientes, existiendo una relación cordial y de respeto mutuo. No quiero dejar de mencionar que algunas mujeres, en su mayoría procedentes de las aldeas cercanas, traían botellas de cristal con tapones de olote o tuza en los que vendían la leche de las vacas de sus familias y así se agenciaban de algunos centavos para complementar lo necesario para sus compras.
La leche siempre ha sido un artículo de consumo imprescindible, antiguamente no todos la consumían diariamente, ya que era considerado un artículo de lujo y solía reservarse para los niños y enfermos.
La producción de leche de vaca ha dejado de ser un negocio para los pequeños productores, hasta casi convertirse, al día de hoy, en una carga insostenible que deriva a la extinción de la figura del “lechero”, tan importante en los años 70 y 80, cuando era la fuente de ingresos para muchas familias.
Ahora se puede comprar leche en la mayoría de tiendas y supermercados, al alcance de nuestra mano en bolsas, botellas plásticas, envases tetrabrik, además de leche en polvo y otras fórmulas (algunas resulta que ni siquiera son leche en realidad) según demanda de los consumidores.
Este tradicional oficio ha desaparecido con el paso de los años, aunque, por suerte, se mantiene vivo en la memoria de muchos de nuestros vecinos. Desde aquí les hago una cordial invitación para que nos compartan sus comentarios, recuerdos y nombres de los repartidores de leche en Amatitlán. Quedamos a la espera de sus valiosas contribuciones. (OFG)
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