Por:
Oscar Fajardo Gil,
Cronista
de la Ciudad de Amatitlán[1]
Recuerdo
que, a mediados de la década de 1970, cuando estudiaba en la escuela Rafael
Iriarte, algunos compañeros “sanlorenceños” aparecían de vez en cuando con
mangos, naranjas, paternas o guapinoles. Cuando se comían los guapinoles,
abrían o quebraban la gruesa cáscara, sacaban las semillas cubiertas de harina,
las metían a la boca para comerlas y hacían alarde cuando enseñaban aquel
pastoso y amarillento contenido. El intenso olor y el aspecto no eran
precisamente agradables, y por esa razón nunca llegué a comerme un guapinol
entero, a lo más que llegué fue a probarlo. Disfrutamos, eso sí, de “gastar” o darles
forma a las duras semillas de guapinol, raspándolas sobre las banquetas hasta
convertirlas en dados y otras figuras decorativas.
Conforme
el barrio San Lorenzo se fue poblando, se fueron construyendo casas en los
sitios en donde abundaban los árboles de diversas especies. Muy pocos guapinolares
son los que quedan a la fecha. Quizá el mas evidente es el que se encuentra en
el parqueo de Servicable, 9ª avenida 4-80 del barrio Hospital, muy cerca del
barrio San Lorenzo; por cierto, da gusto verlo en plena floración a mediados
del mes de mayo 2020 cuando escribo esta nota.
Mi
amigo Ernesto Aroche y me contó: “en San Lorenzo había muchos guapinolares. Frente
a mi casa vivía una familia popularmente conocida como los “guapinoles”. El
mero “guapinolar” estuvo en la esquina de la novena avenida y segunda calle,
precisamente donde viven “los chifirios” (sobrenombre), según me contó el
profesor Mario Sánchez Morán”.[2]
El
guapinolar aquel de la novena avenida y segunda calle fue derribado por 1975,
según recuerda el profesor Mario René Sánchez Morán: “Cuando yo tenía
aproximadamente unos 12 años, con Checha
Chifirillo y Mario Chifirillo que eran mis primos y vivían
en la casa “del guapinolar”, por las tardes siempre estábamos atentos porque
cuando menos lo esperaban “los chiveros” (jugadores de “chivo” o dados) llegaba
la policía, salían corriendo los
chiveros, tiraban los dados y las fichas al sitio, y nosotros las
buscábamos y las encontrábamos, eso pasaba seguido. También encontramos varias
veces barras de imán, porque algunos hacías trampa jugando con dados cargados”.[3]
Antes
de que se extingan tan dignos representantes del reino forestal, es bueno
referenciarlos con algunas pinceladas según las ciencias botánicas:
El
guapinol (Hymenaea courbaril), también es conocido con los nombres de curbaril,
copinol, cuapinol, jatoba o jatobá, jatayva en guaraní, paquió
en Bolivia, y algarrobo
en Puerto Rico, Panamá, Venezuela y Colombia, forma parte de la familia
Fabaceae y es un árbol común en el Caribe, Centro y Sudamérica.
Es
un árbol grande y robusto, de 10 a 25 metros de altura con un diámetro de hasta
1.5 metros. El tronco es derecho (recto), a veces cubierto por una excreción
gomosa ambarina. Copa redonda muy densa, ampliamente extendida, con follaje
denso verde claro y brillante. Ramas gruesas ascendentes. Las flores son
grandes blancas verdosas, fuertemente perfumadas, extendidas, de 3.5 cm de
diámetro y 1.5 cm de largo.
El
fruto del guapinol es una vaina leñosa, ligeramente aplanada de 10 a 18 centímetros
de largo por 4 a 6.5 cm de ancho, de color verdoso a café oscuro, en cuyo
interior contiene una pulpa harinosa de color amarillo, dulce y comestible con
olor a pies (algunos la comparan también con el olor de los orines frescos).
Cuando seca exuda una resina pegajosa y fragante; contiene 3 o 4 semillas,
oblongas, achatadas, pardas-rojizas y duras, de 1.5 a 2.5 cm de diámetro. El
fruto puede permanecer hasta diez meses en el árbol; en el bosque, al caer es
especialmente apetecido por animales como la cotuza, guaqueque, guatusa o
cherenga (Dasyprocta punctata).[4]
El
guapinolar produce madera de buena calidad para artesanías, trabajos de
tornería e instrumentos musicales (pianos y guitarras), construcciones rurales
y navales; es muy apreciada para la ebanistería, y también como leña y carbón. La
resina se utiliza como incienso aromatizante.
La
goma o resina se puede convertir en ámbar a través de un proceso químico que
requiere millones de años. Ese ámbar milenario, de árboles de Hymenaea, ha
proporcionado a los científicos muchas pistas de su prehistórica presencia en
la Tierra, así como extintos insectos y plantas encerradas en ella, como se
muestra en las películas de Jurassic Park.
Me
llamó la atención saber que con el fruto del guapinolar también se pueden
preparar algunas bebidas, cuya preparación creo oportuno compartir:
Batido:
se quiebran los guapinoles, se sacan las semillas y se extrae manualmente la
fibra harinosa que las cubre. En un recipiente se agrega una taza de agua, se
agregan las semillas y con las manos limpias se termina de extraer lo más
adherido a cada una. Desechar las semillas. Licuar el agua con la harina de
guapinol, agregar dos vasos de leche, azúcar al gusto, canela o vainilla.
Servir en vasos con hielo. Disfrute de una bebida refrescante y nutritiva.
Coctel
o ponche: en un litro de agua, licuar una taza de harina de guapinol, media
taza de leche en polvo, azúcar al gusto, media taza de ron y unos cubos de
hielo. ¡¡¡Procesar, servir... y salud!!![5]
[1] Acuerdo Municipal 33-21-08-2014
[2] Entrevista 12 de mayo 2020
[3] Entrevista 14 de mayo 2020
[4] Pennington
T.D., Sarukhán J. 2005. Árboles tropicales de México: manual para la
identificación de las principales especies. Universidad Nacional Autónoma de
México. Tercera edición.
[5] Recetasdecostarica.com
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