Por: Oscar Fajardo Gil[1]
Por principio de
cuentas, para nuestros abuelos, una lunada era una reunión de amigos y
conocidos en las noches de luna llena a la orilla del lago de Amatitlán. En las
lunadas, se compartían gratos momentos alrededor de una fogata. Las charlas
sobre asuntos de interés común, algunas leyendas sobre seres fantásticos,
narraciones a cuales mejores, inspirados versos, chistes, chascarrillos, y por qué
no decirlo uno que otro chisme, se fueron complementando con canciones
acompañadas de música de guitarras para darle rienda suelta al romance y la
conquista.
Para no ir tan
lejos en el tiempo, entre las décadas de 1940 a 1960, cuando no había
prácticamente ninguna de las formas actuales de recreación o entretenimiento,
se convivía más con las demás personas y con la naturaleza. No habían, o era muy pocas, radioemisoras o
canales de televisión; casi nadie tenía viejos y vetustos teléfonos de disco
permanentemente unidos a las correspondientes líneas físicas, amén que no había
opción a aparatos electrónicos. Entonces la comunicación tenía que ser más
directa y personal.
Podríamos
aferrarnos a la nostalgia, y decir que para que se conserve el concepto
original debe cumplirse con ciertas normas, pero es que en realidad no hay
ningún protocolo oficial. La organización corría por cuenta de la oportunidad,
la creatividad y hasta cierto punto la improvisación, con la confianza que debe
prevalecer entre amigos. De igual manera, si bien es cierto antes las lunadas
se condimentaban con boleros y otros ritmos de antaño, tenemos que reconocer
que aunque la luna y el lago siguen siendo los mismos, los jóvenes de ahora tienen
su propia música y sus propios ritmos, han evolucionado.
El viernes 23 de
noviembre 2018, organizada por la Casa de la Cultura “Domingo Estrada”, se
celebró una interesante LUNADA en el extremo norte de la playa principal del
lago, cerca del Centro Náutico de la Federación Nacional de Remo y Canotaje.
Luego de
encenderse la fogata a un costado del área destinada para las presentaciones
artísticas, José María Zamora García, como presentador de la lunada, dio la
bienvenida a los concurrentes al filo de las siete de la noche. En nombre de la
Casa de la Cultura, Alma Azucena Molina de Rodríguez – presidenta, se refirió a
como surgió la iniciativa de organizar la lunada, agradeciendo la colaboración
que se recibió de la Municipalidad, así como de personas particulares.
El Cronista de la
Ciudad de Amatitlán, Óscar Fajardo Gil, fue invitado para que abordara los
aspectos históricos y conceptuales de las lunadas amatitlanecas, según el
programa en tres segmentos diferentes, para lo cual empleó una metodología
participativa.
Después de lo
anterior, fueron desfilando cantantes y músicos de acuerdo al orden en que se
inscribieron, coordinación que estuvo a cargo de la estimada licenciada Sonia Ucelo
Lezana.
La dama de la
noche, LA LUNA, apareció intensa y esplendorosa desde el otro lado del cerro El
Filón, conforme fue recibiendo la serenata que en su homenaje ofrecieron: Linicio
Díaz, Javier González, Israel Gil, Dúo Estuardo Donis y Rodrigo García, Homero
Díaz, Dúo Esteban y Alejandra, Anthony Pirir, Luna Negra, Grupo Nueva
Generación, Julio Menéndez, Soledad Leiva, Mecho y Anita Tecún, finalmente
Nancy González.
Casi dos centenares
de personas disfrutaron entonces una interesante variedad de temas, entre los
de antes y los de ahora, en donde prevaleció la participación de jóvenes
talentosos y emprendedores, quienes le fueron dando como una nueva versión a la
lunada. Si, hubo boleros unos cuantos, pero también hubo trova, balada, ritmos
sudamericanos y caribeños y hasta algo de reggaetón. Fue algo mágico, como si
ante nuestros ojos y oídos se materializara la metamorfosis de la lunada
tradicional para convertirse en una nueva, como si surgiera entonces la lunada
del nuevo siglo, la de los jóvenes de ahora que llegarán a ser los padres y
abuelos de mañana.
Que bueno que
llegó la familia Villalta Lemus, encabezada por Carlos Ernesto y su hermana
Yoli, para proveer de deliciosas viandas: café, ponche de frutas, empanadas,
panes con pollo y otros bocadillos chapines, a precios accesibles al bolsillo
de todos. Otros líquidos espirituosos e inspiradores, blancos, amarillos y de
otros colores, fueron apareciendo por cuenta de cada quien según libre
albedrío.
Definitivamente, compartimos
una experiencia fuera de serie, muy amena y por demás grata. Aún después de
concluido el programa oficial de la CCDEA, hubo un grupo que dispuso pasar la
frontera de las horas y llevar la lunada hasta el último sábado de noviembre,
de una manera más grupal y menos formal, quizá coqueteando con la irreverencia,
entre risas y sonrisas coloquiales y con canciones más populares pegados al
rincón individual en donde cada quien las disfruta con particular pasión.
Muchas gracias y
felicitaciones a los organizadores. Vayan pensando ya en la siguiente. (OFG)
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