Hacía mucho tiempo que no escuchaba a un sacerdote católico predicar tan acertadamente como lo hizo el padre Gustavo Montenegro, a cargo de la Parroquia San Juan Bautista de Amatitlán, el domingo 10 de enero 2016, durante la homilía en la celebración del bautismo de Nuestro Señor Jesúcristo, víspera del Tradicional Rezado de la Virgen del Rosario.
Con un lenguaje claro, sencillo, ilustrativo, lleno del Espíritu Santo, apasionado cada vez que fue necesario, cordial pero al mismo tiempo valiente, lleno de la caridad y poder de convencimiento que solo poseen muy pocos oradores, Montenegro se refirió primero a la similitud que generalmente vemos en los recién nacidos y su discurso fue describiendo la similitud todos como verdaderos hijos de Dios que poseemos al nacer, sin importar las apariencias físicas o cualquier otra característica individual.
Después se refirió a una anécdota de la Reina Victoria de Inglaterra al llegar a una fábrica en donde hizo un recorrido para conocer todas las instancias hasta llegar a un sótano en el que encontró los materiales más inmundos, imperfectos, y menospreciados, que serían transformados precisamente en el papel más blanco y puro, en el que se inscribirían los más valiosos documentos. En ese caso la comparación la hizo con el bautismo como sacramento transformador por medio del cual los pecadores somos libres del pecado original.
"Debemos tener el valor de ser descaradamente católicos, sin ningún tipo de temor a que nos vean en la Iglesia todos los días. Pero debemos ir más allá de la bomba y la cortina, más allá de las costumbres y tradiciones, que no son malas pero que requieren una transformación y una formación de fondo, a través de leer y vivir el evangelio", manifestó el párroco de Amatitlán.
Agregó: "En el caso del bautismo, debemos recordar que no es un evento, se trata de un sacramento y su valor e importancia estriban en la relación santa con Dios". Lamentó que muchas veces los padres y padrinos de los niños bautizados le dan más importancia a la celebración, como si solo se tratara de un evento social: ropa, comida, adornos, e incluso bebida; mientras que reniegan de cumplir con las pláticas de preparación y los requisitos legales de la Iglesia.
Fue una prédica en la que se hicieron a un lado las solemnidades absurdas y los complejos de grandeza de algunos que se han creído "iluminados". Montenegro prefirió usar el traje de "obrero de Jesús" y su discurso empleó incluso la sonrisa, las anécdotas, salpimentadas con algún refrán popular, para que el mensaje fuera comprendido por la feligresía. Sus palabras, gestos y actitud hacían pensar en que así deben ser los verdaderos apóstoles. En el Salón San Martín, la Palabra dejó de ser letra muerta y se hizo Verbo; abundaban las miradas llenas de fe y de luz, la sonrisa en los rostros, los ademanes acertivos. El ambiente fue de comunión general y a nadie se le hicieron demasiadas las dos horas empleadas en la misa y jubileo dominicales.
Gracias Padre Gustavo Montenegro, tenía muchos años de no sentirme tan lleno del Espírutu Santo después de una misa en Amatitlán. Así, da gusto en verdad sentirse uno "descaradamente católico". Dios lo bendiga, lo ampare, y atienda sus peticiones, para bien de toda nuestra Iglesia. Amén
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