Por: Oscar Fajardo Gil, Cronista de la Ciudad de Amatitlán
Por fin... después de mucho tiempo de tener la idea y la buena intención, compartimos un aromático café y una amena conversación con el perito forestal Felipe Neri Solórzano Pivaral, una mañana de la tercera semana de mayo del 2023. A través de la plática viajamos a tiempos pretéritos del aquel Amatitlán que se fue en vorágine de nostálgicos ayeres.
Felipe Neri nació en finca Concepción, Escuintla, el 26 de mayo 1946; sus padres fueron Albino Solórzano Valle y Hermelinda Pivaral Contreras, originarios del departamento de Santa Rosa, aunque trabajaban en la finca antes mencionada. Sin embargo, al caer el gobierno de Jacobo Árbenz, en 1954, su familia como otras tantas fue desalojada y tuvieron que buscar nuevos horizontes.
Fue así como, a los ocho años de edad, llegó con sus padres y hermanos, a la ciudad de Amatitlán. Estudió en la Escuela Práctica y recuerda entre sus compañeros de aquel entonces, aunque algunos eran mayores que él, a Tiliano Ponciano, Tono Alcántara, César Guzmán, Lico Mirón Cáceres, Guillermo Barrientos, German Pineda, Mario Peralta, Hugo Ardón Zavala, Oscar Edwin Díaz, René Samayoa, Rosita Marroquín, los hermanos Figueroa, Yoli Zavala y Marta Lidia Olivares. La mayoría era de condiciones económicas limitadas y pocos eran los que podían darse el lujo de usar zapatos; así que cuando habían desfiles o actos cívicos los ordenaban de manera tal que los calzados estuvieran en las orillas y los descalzos estaban en el grupo interior, para que no se viera tan mal el grupo.
Aquellos eran tiempos en que la patojada acostumbraba el baño en las agradables aguas del por entonces caudaloso río Michatoya. Las golosinas solían ser frutas de los abundantes árboles que proliferaban en los sitios de Amatitlán. Las calles de la población eran de terracería, salvo unas pocas que estaban empedradas. El ritmo de vida era tranquilo, con pocos automóviles y contadas motocicletas. Televisores y teléfonos de disco solo habían en las casas de muy pocas familias más o menos acomodadas. Sin tecnología pero con mucha paz, se vivía sanamente.
En 1965, cuando aún no cumplía los 19 años de edad, obtuvo una beca para estudiar en la Escuela Forestal Centro Americana que tenía su sede al pie del cerro El Filón y muy cerca de la playa pública del lago de Amatitlán. Fue integrante de la séptima promoción, graduándose en 1967 con el título de perito forestal. Aquella fue la última promoción de la EFCA.
"La EFCA se regía por una disciplina militar, varios de los directores y catedráticos eran oficiales del ejército de los Estados Unidos y profesionales en ciencias forestales, que brindaban un apoyo sustancial a la carrera. La jornada diaria daba inicio a las cinco de la mañana con ejercicios y gimnasia, luego higiene personal y de instalaciones; a las seis se servía el desayuno, a las siete prácticas, al mediodía era el almuerzo y por la tarde recibíamos las clases teóricas. La formación era integral", Solórzano Pivaral.
Algún tiempo después, Felipe Neri fue estudiante becado de ingeniería forestal en Alemania. Coincidió, entre 1969-1970, con que Oscar Edwin Díaz Álvarez también había sido becado por la empresa telefónica de Guatemala - Guatel - para realizar estudios técnicos en París. Así que en aquella "Ciudad Luz", aquellos "dos patojos descalzos" compartieron alguna tarde cerca de los Campos Elíseos y la torre Eiffel. Después, Solórzano Pivaral estudió ingeniería forestal por casi seis años en Chile. (OFG)
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