Por: Oscar Fajardo Gil, Cronista de la Ciudad de Amatitlán[1]
Desde que tengo memoria, finales de la década de 1960, hubo frente a la casa de mis padres un árbol de cuajilote, en la 6ª calle a poco más de 100 metros de la puerta de la capellanía El Calvario, en el barrio Hospital de la ciudad de Amatitlán. Sus peculiares frutos, por algunos comparados con la carambola o fruto estrella, eran de forma y colores llamativos, por lo que no podían pasar desapercibidos. Recuerdo que algunas personas decían que aquel fruto amarillento tenía propiedades curativas. Lo cierto del caso es que no era suculento ni dulce ni despertaba el interés que otras frutas, como los jocotes, las naranjas o los mangos tenían para la patojada, por lo que casi nadie se aventuraba a bajar alguno a pedradas.
Es una fruta olvidada que consumían los mayas. Se aprovecha para consumo humano y para forraje de animales. En las regiones secas, donde escasea el alimento, este fruto se fríe o se cocina de diferentes formas y se combina con carne u otros ingredientes. La infusión del cocimiento de la raíz se usa como diurético, para combatir resfriados y para tratar la diabetes. Las crónicas coloniales mencionan el fruto de este árbol como uno de los alimentos que se cultivan en los patios o en las hileras de casas cercadas, y fueron parte de la dieta básica de algunas aldeas donde floreció el árbol. (Calixto, 2005)
El Cuajilote (Parmentiera
aculeata (Kunth) Seem) es un árbol de la familia Bignoniaceae que habita en
la selva baja caducifolia en amplias extensiones de Centroamérica, así como en
el sur y centro de México. Se encuentra en climas cálidos, semicálidos y
templados desde nivel del mar hasta los 2,240 m de altura sobre el nivel del
mar. Temperatura media anual donde
mejor se desarrolla es de 20 - 29 °C y con una precipitación anual de 800 a 1,200 mm
anuales. Suelo: desde sedimentario hasta volcánico. Usos en la medicina popular:
Tanto el fruto como la corteza y la raíz son empleados por los curanderos
mexicanos en el tratamiento de algunas afecciones del riñón, especialmente cálculos
renales y vesicales.[2]
Otros nombres: El
cuajilote también es conocido por los descendientes mayas como caiba, coxluto
(en Chimaltenango), chucte o ixlut (en Huehuetenango). Otros nombres: guajilote,
huachilote, turi, cacao de mono, jilote de árbol o pepino kat (en Yucatán).
Según el artículo Aportes etnobotánicos a la cocina popular tradicional guatemalteca, de Luis Villar Anleu, Mesoamérica es uno de los tres centros primarios del continente americano en donde ocurrió el descubrimiento de la agricultura. Es una de las áreas de domesticación de plantas. Importantes cultivos fueron logrados hace más de 10 mil años en Mesoamérica, uno de los ocho centros mundiales de origen y diversidad genética de plantas, como el maíz, frijol tipo piloy y teparí, cacao, güisquil, güicoyes, pepitorias, chiles y muchas hierbas-malezas, entre otros. La esencia de este centro de origen y diversificación de especies alimenticias es concomitante a la naturaleza del país como centro de desarrollo de patrones de identidad culinaria, dice.[3]
Los cultivos autóctonos, subutilizados indica Álbaro Dionel Orellana Polanco, en su Catálogo de Hortalizas nativas de Guatemala, no han tenido mucha expansión, debido a razones socioeconómicas y, especialmente, por falta de información de manejo agronómico, disponibilidad de semilla de calidad y promoción de su cultivo. La riqueza étnica y cultural del país conlleva a que el conocimiento etnobotánico de sus habitantes ofrezca abundantes opciones para promover el uso de especies útiles para diversificar la producción y contribuir a la seguridad alimentaria, añade Orellana.[4]
Además de compartir
los datos etnobotánicos de esta especie, el propósito de este artículo es dejar
nostálgica constancia que, hace poco, en el mes de junio de este año 2024 fue
derribado el árbol de cuajilote de la 6ª calle y 9ª avenida, calle del
Calvario, barrio Hospital de Amatitlán. En dicho predio se realizan trabajos de
construcción, parte del cambio estructural de nuestra ciudad. Queda en el
pasado el recuerdo de aquel árbol… junto con el de nuestra infancia, juventud y buena parte de
nuestra vida. Como dice la canción aquella de la gran Mercedes Sosa: “cambia,
todo cambia…” (OFG)
Fotos: Oscar Fajardo Gil, 2018 y 2017
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