La boca costa tiene su mejor sonrisa en el sur de
Amatitlán, donde corre rumoroso el Michatoya regando pastos y cañales, verduras
y platanares, flores maravillosas y majestuosos árboles. Para llegar a este
escenario esplendoroso de nuestra historia es preciso cruzar el puente de Anís
y caminar más o menos un kilómetro y un poco más delante de la finca El Puente,
encuentranse perdidas entre la maleza las ruinas que los amatitlanecos llaman “Iglesias
Viejas” y en donde dizque en las noches oscuras y nubladas sale el “Padre sin
cabeza”, cabalgando en una mula prieta como la misma noche.
En tiempos de la colonia, la finca era un rico ingenio
azucarero propiedad de un encomendero que manejaba gran cantidad de indios y mestizos,
entre los cuales se encontraba uno muy apuesto: Pedro Talavera. Valiente,
fuerte, tocador de guitarra y enamorado, con su estampa había cautivado a la
esposa del encomendero, la cual en su vehemencia se olvidó de todas las leyes
divinas y sociales, y se entregó al guapo mozo. Durante muchos meses vivió
secretamente sus adúlteras relaciones, pero temiendo que tanto va el cántaro al
agua que al fin se rompe, pensó que era mejor huir con el seductor.
Para llevar a cabo sus propósitos libre de apuros
económicos, robó a su esposo una fuerte cantidad de dinero, la cual entregó a
su amante. Este la ocultó, mientras llegaba la ocasión propicia para evadirse
con la mujer, permaneciendo en la finca, tranquilo, normal, sin despertar ninguna
sospecha. Pedro esperaba instrucciones de la mujer porque la situación era
difícil, ya que el encomendero se había enterado del robo y tenía un cerco
tendido para todo aquel que quisiese salir de su hacienda.
La sagaz mujer aconsejó a Pedro que, para poder burlar la
vigilancia, se robara una vestimenta sacerdotal, ya que disfrazado de este modo
le sería sumamente fácil salir, puesto que los curas eran los únicos que
gozaban de completa libertad. Cuando se produjo el robo de la indumentaria
sacerdotal, el padre bien pronto se dio cuenta pero no dijo nada a nadie, no
así a su sacristán quien si se lo contó a su mujer y como a ésta le tocaba
todos los días ir a hacer “el de adentro” a la casa grande, al trabar pláticas
con su patrón, le contó lo sucedido en la iglesia.
El español luego se percató que esto bien podría tener
conexión con el robo de su dinero y quizá era la manera de sacar el botín. No
sospechando de su esposa, pero cuidadoso que pudieran revelarse sus planes, sin
decir nada a su mujer organizó patrullas de acecho, con órdenes terminantes de
llevarle la cabeza del ladrón.
Todo listo, una noche lóbrega de invierno, Pedro dispuso
llevar a cabo el plan trazado; pero… ¡Ay! Infeliz, cuando iba pasando en su
mula prieta, disfrazado de padre, los hombres del encomendero al pie del amatón
grande cumplieron la orden fatal y de un solo tajo le cercenaron la cabeza. La mula
espantada corrió al galope y, al querer saltar el Puente Chiquito, lanzó al río el
cadáver decapitado, que el impetuoso río Michatoya, crecido por las copiosas
lluvias, arrastró muy lejos, donde nunca apareció.
Por eso dicen que, en las noches más oscuras, por los
aledaños de las “Iglesias Viejas” aparece "el padre sin cabeza" que no es otro
que Pedro que busca su cabeza, que es lo único que aparece enterrado en el
perdido cementerio de la finca.
Autor: Prof. Efraín Alfredo Guzmán Monasterio
(1923-2001), Primer Cronista de la Ciudad de Amatitlán. Cuento ganador del
Primer Lugar en los VI Juegos Florales del Círculo Cultural “Domingo Estrada”
en 1970.
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