Artículo
originalmente publicado por nuestro buen amigo Juan Carlos López Godoy (John Logo) en su muro de
Facebook. Con el crédito correspondiente para su autor original lo publicamos,
con unas mínimas correcciones de estilo, por considerarlo de interés para
nuestros lectores.
“A
la par de esta antigua casa, que perteneciera a don Lutgardo Álvarez, sobre la
sexta calle y octava avenida del Barrio Hospital, a dos cuadras del Calvario…
allá por el año 1967 más o menos, don Augusto Ramos, ya fallecido, tuvo su
alquiler y reparación de bicicletas.
Al
comparar la honestidad de la gente de aquel entonces, con la de estos dorados
tiempos, sin que eso signifique que ya no queda gente honesta hoy día, es hasta
cierto punto asombroso e increíble para la generación actual, enterarse por
boca de los viejos, que en aquel entonces, uno podía alquilar bicicletas en
esta casa, por hora, media hora, y cuarto de hora, pagando cualesquiera cinco
minutos que por andar pedaleando emocionado se uno se hubiera pasado.
Don
Augusto, un caballero ex administrador de fincas, hijo de gente española, ya
entrado en años, el pelo totalmente blanqueado por el paso de tantos inviernos,
tez blanca, estatura promedio, complexión quijotesca, brazos muy velludos,
rostro noble pero mirada austera, al salir, nunca abandonaba su sombrero "Austin"
de fieltro color café. Siempre fumando, sentábase en su butaca de lona con las
piernas cruzadas, mientras con lápiz, apuntaba en su libreta la bicicleta que
había dado en alquiler y su hora de salida y entrada. Para el control de
tiempo, en una repisa en alto, don Augusto mantenía un reloj de mesa marca
"Westclox", de aquellos con números fosforescentes, chasis de peltre,
y despertador de dos, timbres con un martillito en medio.
En
la habitación siempre impecable, puesto que las reparaciones se efectuaban en
un patio lleno de flores, permanecían colocadas bien en orden, bicicletas
grandes y pequeñas tipo turismo. Predominaban las marcas clásicas importadas de
esos años: Philips, Raleigh, y Atala, y las excelentes bicicletas nacionales
marca Quetzal. La gente era tan responsable, que entregaba la bicicleta justo a
tiempo, y claro, porque en ese dorado tiempo, dolía pagar cinco o diez centavos
más por haberse pasado del tiempo. Si por mala pata pinchabas llanta, había un
pago extra que no pasaba de los 15 centavos, que de una vez había que pasar pidiéndole
a mamá.
Preguntémonos
si hoy día podría existir un alquiler de bicicletas en nuestro pueblo? Se queda
uno aguantando la risa. Sin embargo, cada vez que paso frente a esta casa, me
pareciera ver a don Augusto Ramos, sentado en su butaca, cigarro en mano, y
recostadas sobre la pared de la habitación, las bicicletas turismo con sus
asientos de cuero con resortes. La calle estaba empedrada y la iglesia del Calvario
se veía al final de la calle. Por unos segundos vuelvo a sentir aquella emoción
que me embargaba cada vez, cuando de niño yo llegaba a alquilar una mi bici, se
apodera de mi mente la nostalgia y hasta una dulce tristeza. Mi Amatitlán de
aquel entonces… ah! como te extraño, pueblo querido.”
John
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