Por: Oscar Fajardo Gil, Cronista de la Ciudad de Amatitlán
Nunca podré borrar de mi mente las imágenes de la tragedia en el estadio nacional Doroteo Guamuch Flores, la noche del 16 de octubre de 1996.
Mi mente y mi corazón estaban en la Vuelta Ciclística más que en cualquier otro asunto.
Pero apenas cuatro días antes del banderazo de salida, el staff deportivo de
Emisoras Unidas se preparaba para la cobertura del partido entre Guatemala y
Costa Rica, eliminatoria rumbo al Mundial de Francia 98.
Por la tarde había acompañado al colega costarricense Yashin Quezada a hacer
varias entrevistas y lo había llevado a su hotel en Antigua Guatemala, sede de
la selección de su país. Los ticos, debido al intenso tráfico desde la Ciudad de
las Perpetuas Rosas, llegaron tarde a nuestra máxima instalación deportiva. Se
asombraron al ver la gran cantidad de personas que había afuera del estadio;
según se sabía "el coloso de la zona 5" estaba lleno, aún así había muchos
aficionados haciendo filas con boleto en mano para poder ingresar.
Me encontraba en el camerino de la selección de Guatemala, cerca de un oficial
de la Guardia Civil Española que estaba en nuestro país impartiendo
instrucciones a los integrantes de la nueva Policía Nacional Civil. El operativo
de seguridad en el estadio, estaba bajo la coordinación de los oficiales españoles.
Eran aproximadamente las siete de la noche, cuando pude escuchar que había
problemas con algunos aficionados en la general sur y que se declaraba Código
Naranja, máxima alerta. Los policías bloquearon la salida hacia la pista de
atletismo, pero me escudé con el transmisor (RPT) y logré avanzar entre
empujones.
Fui uno de los primeros periodistas en llegar al lugar en el cual con mucho
esfuerzo, y aún con el riesgo de exponer su propia integridad, los bomberos
municipales habían logrado sacar a las primeras víctimas de una avalancha
humana que se originó cuando los aficionados que se encontraban afuera del
estadio empujaron con fuerza y abrieron las puertas de acceso al sector de
General Sur, sobre la 10ª avenida. Los aficionados de las gradas superiores
cayeron sobre los de las gradas inferiores, ni unos ni otros sabían realmente
que estaba ocurriendo. Fue espantoso!!!
Cientos de personas, hombres, mujeres, niños, cayeron y fueron pisoteadas,
aprisionadas o asfixiadas por la muchedumbre. No tuvieron tiempo, ni espacio,
para protegerse, salir huyendo o evitar la tragedia. Eran evidentes las lesiones
graves: costillas, brazos y piernas con fracturas internas y expuestas, traumas
craneoencefálicos, golpes y hemorragias internas. Aquello era dantesco, fuera
de la realidad.
En la pista de atletismo, me acerqué a donde un bombero hacia esfuerzos
desesperados por reanimar a un muchacho como de 16 años, practicándole
RCP. Pasaron varios y largos minutos entre respiración artificial y masaje
pectoral, hasta que con lágrimas en los ojos me vio con profunda tristeza y me
dijo que era inútil, aquel chico que había salido contento de su casa para ir a
ver un partido de su Selección de fútbol yacía inerte en los brazos del rescatista,
estaba muerto.
Recuerdo que sentí seca la boca y una especie de presión que
me dificultaba hablar, no podía evitar que me temblara el cuerpo, sin darme
cuenta también yo estaba llorando.
- ¡Hay una persona fallecida en la general sur! – grité alterado a través del
micrófono de Emisoras Unidas.
- ¡No puede ser! Asegúrese de lo que está diciendo! No puede haber un
muerto!!! – contestó con tono de reproche e indignación el Dr. Carlos
Muralles Magaña, coordinador de la transmisión.
- Es cierto – respondí inmediatamente, y agregué – había un muerto. Ahora
son dos… cuatro… ocho… - mientras que los cuerpos de los fallecidos eran
colocados a la par uno de otro sobre la pista de atletismo.
Aquello era un manicomio, parecía que todo mundo gritaba. Bomberos
voluntarios y municipales, socorristas de Cruz Roja, policías, aficionados que
buscaban a sus familiares o acompañantes, heridos que se quejaban y
demandaban atención. En otros momentos, todo era un enorme silencio, solo
había imágenes que se movían de un lado a otro, deambulaban, con los ojos
abiertos y la mirada extraviada.
Vi a compañeros y colegas deportivos, nacionales o extranjeros, con poca o
ninguna experiencia en nota roja, con el pánico pintando de blanco sus rostros
y dejándolos sin poder pronunciar palabras. También ellos lloraban, se
consolaban unos a otros y buscaban el refugio de las cabinas... En memoria de los 84 aficionados que perdieron la vida aquella noche.
(Adaptado de mi libro "Crónicas del Micrófono y un chin de otras salsas", publicado en octubre de 2016)